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Conferencia
magistral en el XX° Congreso de la Asociación
Latinoamericana de Sociología, México, 2 al
6 de octubre de 1995.
Immanuel Wallerstein: [email protected]
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Celebramos el XX° Congreso de ALAS y discutimos
las perspectivas de la reconstrucción de la América
Latina y el Caribe. No es un tema nuevo. Se lo discute en América
Latina desde 1945, si no desde el siglo XVIII. ¿Qué
podemos decir ahora que sea diferente de lo que ya se ha dicho?
Creo que nos encontramos en un momento de
bifurcación fundamental en el desarrollo del sistema-mundo.
Pienso que, no obstante, lo discutimos como si se tratara de una
transición ordinaria mas en el cauce de una evolución
cuasi-predestinada. Lo que debemos hacer es "impensar"
no sòlo el desarrollismo neoclásico tradicional,
sino también el desarrollismo de sus críticos de
izquierda, cuyas tesis resurgen regularmente a pesar de todos
sus rechazos, pero que en realidad comparten la misma epistemología.
Yo voy elaborar dos tesis principales en esta ponencia.
Tesis No. 1: Es absolutamente imposible
que la América Latina se desarrolle, no importa cuales
sean las políticas gubernamentales, porque lo que se desarrolla
no son los países. Lo que se desarrolla es únicamente
la economía-mundo capitalista y esta economía-mundo
es de naturaleza polarizadora.
Tesis No. 2: La economía-mundo
capitalista se desarrolla con tanto éxito que se está
destruyendo, y por eso nos encontramos frente a una bifurcaciòn
histórica que señala la desintegración de
este sistema-mundo, sin que se nos ofrezca a cambio ninguna garantía
de mejoramiento de nuestra existencia social...
A pesar de todo, pienso que les traigo a Vds. un mensaje de esperanza.
Veamos.
Empecemos con la Tesis No. 1. Las fuerzas dominantes del sistema-mundo
han sostenido, desde por lo menos los comienzos del siglo XIX,
que el desarrollo económico fue un proceso muy natural,
que todo lo que se requiere para realizarlo es liberar las fuerzas
de producción y permitir a los elementos capitalistas crecer
rápidamente, sin impedimentos. Evidentemente, también
fue esencial la voluntad. Cuando el Estado francés empezaba
a reconstruir la vida económica de sus colonias a principios
del siglo XX, se llamaba a esta política "la mise
en valeur des territoires" ("la valorización
de los territorios"). Eso lo dice todo. Antes los territorios
no valían nada, y luego (con el desarrollo impuesto por
los franceses) valen algo.
Desde 1945, la situación geopolítica cambiaba fundamentalmente
con el alcance político del mundo no-europeo o no-occidental.
Políticamente el mundo no-occidental se dividía
en dos sectores, el Bloque Socialista (llamado comunista), y el
otro denominado Tercer Mundo. Desde el punto de vista del Occidente,
y evidentemente sobre todo de los Estados Unidos, el bloque comunista
fue “dejado” a su propia cuenta, para que sobreviviera
económicamente como pudiera. Y este bloque eligió
un programa estatal de industrialización rápida
con el objetivo de "superar" al Occidente. Jruschov
prometía "enterrar" a los Estados Unidos en el
año 2000.
La situación en el Tercer Mundo fue bastante diferente.
En los primeros años después de 1945, Estados Unidos
concentró todos sus esfuerzos en ayudar a Europa Occidental
y al Japón a "reconstruirse." Al principio, ignoró
largamente al Tercer Mundo, con la excepción parcial de
la América Latina, campo de preferencia para los Estados
Unidos desde largo tiempo antes. Lo que predicaba los Estados
Unidos en América Latina era la tradicional canción
neoclásica: abrir las fronteras economicas, permitir la
inversión extranjera, crear la infraestructura necesaria
para fomentar el desarrollo, concentrarse en las actividades para
las cuales tienen estos países una "ventaja comparativa."
Una nueva literatura científica comenzaba a aparecer en
los Estados Unidos sobre el "problema" del desarrollo
de los países subdesarrollados.
Los intelectuales de la América Latina fueron muy recalcitrantes
a esta prédica. Reaccionaron bastante ferozmente. La primera
reacción importante fue la de la nueva institución
internacional, la CEPAL, presidida entonces por Raúl Prebisch,
cuya creación misma fue contestada enérgicamente
por el gobierno estadounidense. La CEPAL negaba los beneficios
de una política económica de fronteras abiertas
y abogaba en contra por un rol regulador de los gobiernos a fin
de reestructurar las economías nacionales. La recomendación
principal fue la de promover la sustitución
de importaciones para la protección de las industrias
nacientes, una política ampliamente adoptada. Cuando resumimos
las acciones sugeridas por la CEPAL, vemos que lo esencial fue
que si el Estado seguía una política sabia podría
asegurar el desarrollo nacional y, en consecuencia, un aumento
serio en el producto nacional bruto per capita.
Hasta cierto punto, las recomendaciones de CEPAL fueron seguidas
por los gobiernos latinoamericanos y efectivamente hubo una mejoría
económica, aunque limitada, en los años cincuenta
y sesenta. Sabemos ahora que esta mejoría no perduró
y fue, en primer término, consecuencia
de la tendencia general de las actividades económicas a
nivel mundial de un período Kondratieff-A. En todo
caso, la mejora de la situación media en América
Latina parecía insignificante para la mayoría de
los intelectuales latinoamericanos que decidieron radicalizar
el lenguaje y los análisis de la CEPAL. Hemos llegado a
la época de los dependentistas, primera versión
(entre otros Dos Santos, Marini, Caputo, Cardoso de los años
60, y Frank, lo mismo que Amin fuera de América Latina).
Los dependentistas pensaban que tanto los análisis como
los remedios preconizados por la CEPAL eran muy tímidos.
De un lado, pensaban que para desarrollarse, los gobiernos de
los países periféricos deberían
ir mucho más allá de una simple sustitución
de importaciones; deberían, en las palabras de Amin, desconectarse
definitivamente de la economía-mundo capitalista (según,
implícitamente, sucedía con el modelo de los países
comunistas).
De otro lado, los análisis de los dependentistas fueron
mucho más políticos. Incorporaron a sus razonamientos
las situaciones políticas presentes en cada país
y en el sistema-mundo. Consideraban en consecuencia las alianzas
existentes y potenciales y en fin los obstáculos efectivos
para una reestructuración económica. Por supuesto,
aceptaban que el rol de las sociedades transnacionales, de los
gobiernos occidentales, del FMI, del Banco Mundial y todos los
otros esfuerzos imperialistas, eran negativos y nefastos. Pero,
al mismo tiempo, y con una igual pasión, si no más
vigorosa, atacaban a los partidos comunistas latinoamericanos
y detrás de ellos a la Unión Soviética. Sostenían
que la política defendida por aquellos partidos -una alianza
entre los partidos socialistas y los elementos progresistas de
la burguesía-, equivalía al fin de cuentas a las
recomendaciones de los imperialistas, a un reforzamiento del rol
político y social de las clases medias, y que con tal política
no podría jamás lograrse una Revolucion popular.
En suma, sostenían que eso no era ni revolucionario, ni
eficaz, si el objetivo de verdad era una transformación
social profunda.
Los dependentistas escribían en un momento de euforia de
la izquierda mundial: la época del Che y del foquismo,
de la revolución mundial de 1968, de la victoria de los
vietnamitas, de un maoísmo furioso que se expandía
a prisa a través del mundo. Pero el Oriente no era ya tan
rojo como se proclamaba. Todo eso no tomaba en consideración
los comienzos de una fase Kondratieff-B. O mejor dicho, la izquierda
latinoamericana y mundial pensaba que el impacto de un estancamiento
de la economía-mundo afectaría en primer lugar las
instituciones políticas y económicas del “Primer
Mundo”, el capitalista. En realidad, el impacto más
inmediato de la crisis fue sobre los gobiernos llamados revolucionarios
en el Tercer Mundo y en el bloque comunista. Desde los años
setenta, todos estos gobiernos se hallaron en dificultades económicas
y presupuestarias enormes que no podían resolver, ni siquiera
parcialmente, sin comprometer sus políticas estatales tan
publicitadas y sus retóricas tan acariciadas. Comenzaba
el repliegue generalizado.
A nivel intelectual fue introducido el tema del desarrollo dependiente
(Cardoso de los años 70 y otros). Es decir, un poco de
paciencia, compañeros; un poco de sabiduría en la
manipulación del sistema existente, y podremos hallar algunas
posibilidades intermedias que son al menos un paso en la buena
dirección. El mundo científico y periodístico
iniciaba el concepto de los NICs (New
Industrial Countries). Y los NICs eran propuestos como
los modelos a imitar.
Con el estancamiento mundial, la derrota de los guevarismos, y
el repliegue de los intelectuales latinoamericanos, los poderosos
no necesitaban más las dictaduras militares, no mucho más
en todo caso, para frenar los entusiasmos izquierdistas. ¡Olé!,
viene la democratización. Sin duda, vivir en un país
pos-dictadura militar era inmensamente más agradable que
vivir en las cárceles o en el exilio. Pero, visto con más
cuidado, los "vivas" por la democratización de
América Latina fueron un poco exagerados. Con esta democratización
parcial (incluidas las amnistías para los verdugos) venían
los ajustes à la FMI
y la necesidad para los pobres de apretarse los cinturones aún
mas. Y debemos notar que si en los años 70 la lista de
los nichos principales incluía normalmente a México
y Brasil, al lado de Corea y Taiwan, en los años 80 México
y Brasil desaparecían de estas listas, dejando solos a
los cuatro dragones de Asia Oriental.
Vino luego el choque producido por la caída de los comunismos.
El repliegue de los años 70 y 80 se convirtió en
fuga desordenada durante los años 90. Una gran parte de
los izquierdistas de ayer se convertían en <span class="georgia11bordoItalic">Herald </span> os del
mercado y los que no seguían este camino buscaban ansiosamente
senderos alternativos. Rechazaban, sin duda, los senderos luminosos,
pero no querían renunciar a la posibilidad de alguna, cualquier
luminosidad. Desgraciadamente, no fue fácil encontrarla.
Para no desmoronarse frente al júbilo de una derecha mundial
resucitada, que se felicita de la confusión de las fuerzas
populares en todas partes, debemos analizar con ojos nuevos, o
al menos nuevamente abiertos, la historia del sistema- mundo capitalista
de los últimos siglos. ¿Cuál
es el problema principal de los capitalistas en un sistema capitalista?
La respuesta es clara: individualmente, optimizar sus beneficios
y, colectivamente, asegurar la acumulación continua e incesante
de capital. Hay ciertas contradicciones entre estos dos
objetivos, el individual y el colectivo, pero no voy a discutir
eso aquí. Voy a limitarme al objetivo colectivo. ¿Como
hacerlo? Es menos obvio de lo que se piensa a menudo. Los beneficios
son la diferencia entre los ingresos para los productores y los
costes de producción. Evidentemente, si se amplía
el foso entre los dos, aumentan los beneficios. Luego, ¿si
se reducen los costes, aumentan los beneficios? Lo parece, a condición
de que no afecte la cantidad de ventas. Pero, sin duda, si se
reducen los costes, es posible que se reduzcan los ingresos de
los compradores potenciales. De otra parte, ¿si se aumentan
los precios de venta, aumentan los beneficios? Lo parece, a condición
de que no afecte la cantidad de ventas. Pero, si se aumentan los
precios, los compradores potenciales pueden buscar otros vendedores
menos caros, si existen. ¡Claro que las decisiones son delicadas!
No son, además, los únicos dilemas. Hay dos variedades
principales de costes para los capitalistas: los costes de la
fuerza de trabajo (incluso la fuerza de trabajo para la producción
de todos los insumos) y los costes de las transacciones. Pero
lo que reducen los costes de la fuerza de trabajo podría
acrecentar los costes de las transacciones y vice versa. Esencialmente,
es una cuestión de ubicación. Para minimizar los
costes de transacciones, es menester concentrar las actividades
geográficamente, es decir, en zonas de altos costes de
fuerza de trabajo. Para reducir los costes de fuerza de trabajo,
es útil dispersar las actividades productivas, pero eso
afecta negativamente los costes de las transacciones. Por lo tanto,
desde hace por lo menos 500 años, los capitalistas reubican
sus centros de producción de acá para allá,
cada 25 años más o menos, en correlación
esencial con los ciclos de Kondratieff. En las fases A, priman
los costes de transacciones y hay centralización, y en
las fases B, priman los costes de fuerza de trabajo y hay la fuga
de fábricas a la periferia.
El problema se complica aún más. No es suficiente
obtener beneficios. Debe hacerse lo necesario para guardarlos.
Son los costes de protección. ¿Protección
contra quienes y contra qué? Contra los bandidos, por supuesto.
Pero también, y sin duda más importante, contra
los gobiernos. No es tan obvio cómo protegerse contra los
gobiernos si se es capitalista de un nivel poco interesante, porque
necesariamente tal tipo de capitalista no trata habitualmente
con múltiples gobiernos. Podría defenderse contra
un gobierno débil (donde se ubican fuerzas de trabajo baratas)
para evitar impuestos y eludir sobornos, pero necesita para ello
de una fuerte influencia de los gobiernos centrales sobre los
gobiernos débiles, influencia por la que debe pagar un
nueva renta. Es decir, a fin de reducir la renta periférica,
deben pagar una cierta renta central. Para protegerse contra el
robo de los gobiernos, deben sostener financieramente los gobiernos.
Finalmente, para hacer ganancias mayores y no menores, los capitalistas
necesitan monopolios, por lo menos monopolios relativos, al menos
monopolios en ciertos rincones de la vida económica, por
algunas décadas. ¿Y cómo obtener estos monopolios?
Claro que toda monopolización exige un rol fundamental
de los gobiernos, sea legislando o decretando, sea impidiendo
a otros gobiernos legislar o decretar. De otro lado, los capitalistas
deben crear los canales culturales que favorezcan tales redes
monopolísticas, y para eso necesitan el apoyo de los creadores
y mantenedores de patrones culturales. Todo esto resulta en costes
adicionales para las capitalistas.
A pesar de todo esto (o tal vez a causa de todo esto), es posible
ganar magníficamente, como puede verse estudiando la historia
del sistema-mundo capitalista desde sus principios. Sin embargo,
en el siglo XIX aparecía una amenaza a esta estructuraciòn,
que podía hacer caer el sistema. Con una fuerte centralización
de la producción acrecentada, emergía la amenaza
de "las clases peligrosas," sobre todo en Europa Occidental
de la primera mitad del siglo XIX. En el lenguaje de la antigüedad,
que fue introducido en nuestra armadura intelectual por la Revolucion
Francesa, hablamos del problema del “proletariado”.
Los proletarios de la Europa Occidental comenzaron a ser militantes
en la primera mitad del siglo XIX y la reacción inicial
de los gobiernos fue reprimirlos. En este época el mundo
político se dividía, principalmente, entre conservadores
y liberales, entre los que denegaban por completo los valores
de la Revolucion Francesa y los que trataban, en el seno de un
ambiente hostil, de recuperar su empuje para continuar la construcción
de un Estado constitucional, laico y reformista. Los intelectuales
de izquierda, denominados demócratas, o republicanos, o
radicales, o jacobinos, o algunas veces socialistas, no eran más
que una pequeña banda.
Fue la revolución "mundial" de 1848 lo que sirvió
como choque para las estructuras del sistema-mundo. Mostró
dos cosas. La clase obrera era verdaderamente peligrosa y podía
desbaratar el funcionamiento del sistema. En consecuencia, no
era sabio ignorar todas sus reivindicaciones. Del otro lado, la
clase obrera no era lo bastante fuerte como para hacer caer el
sistema con sublevaciones casi espontáneas. Es decir, el
programa de los reaccionarios fue autodestructor, pero lo mismo
era el programa de los partidarios de conspiraciones izquierdistas.
La conclusión a derecha y a izquierda fue esencialmente
centrista. La derecha se decía que sin duda algunas concesiones
deberían hacerse frente a las reclamaciones populares.
Y la izquierda naciente se decía que debería organizarse
para una lucha política larga y difícil a fin de
llegar al poder. Entraba en escena el conservadurismo moderno
y el socialismo científico. Seamos claros: el conservadurismo
moderno y el socialismo científico son o llegaron a ser
dos alas, dos avatares del liberalismo reformista, intelectualmente
ya triunfante.
La construcción del estado liberal "europeo"
(europeo en sentido amplio) fue el hecho político principal
del siglo XIX y la contrapartida esencial de la ya consumada conquista
europea del mundo entero basada sobre el
racismo teorizado. Llamo a esto la institucionalización
de la ideología liberal como geocultura de la economía-mundo
capitalista. El programa liberal para los Estados del centro,
Estados en los cuales la amenaza de las clases peligrososas aparecía
como inminente, sobre todo en el período 1848- 1914, fue
triple. Primero,
dar progresivamente a todo el mundo el sufragio. La lógica
era que el voto satisfaría el deseo de participación,
creando para los pobres un sentido de pertenencia a la "sociedad"
y, de ese modo, no exigirían mucho más. Segundo,
aumentar progresivamente los ingresos reales de las clases
inferiores a través del bienestar estatal. La lógica
era que los pobres estarían tan contentos de cesar de vivir
en la indigencia, que aceptarían quedar más pobres
que las clases superiores. Los costes de esas transferencias de
plusvalía serían menores que los costes de insurrecciones
y en todo caso serían pagados por el Tercer Mundo. Y
tercero, crear la identidad
nacional y también transnacional blanco-europea.
La lógica era que las luchas de clases serían sustituidas
por las luchas nacionales y globales raciales y de esa manera
las clases peligrosas de los países del centro se ubicarían
en el mismo lado que sus elites.
Debemos reconocer que este programa liberal fue un éxito
enorme. El estado liberal logro la doma de los clases peligrosas
en el centro, es decir, de los proletariados urbanos (incluso
si éstos estaban bien organizados, sindicalizados y politizados).
El célebre consentimiento de éstos a las políticas
nacionales de guerra en 1914, es la más evidente prueba
del fin de la amenaza interna para las clases dominantes.
Sin embargo, en el momento mismo en que se resolvía ese
problema para los poderosos, surgía una nueva amenaza de
otras clases peligrosas, las clases populares del Tercer Mundo.
La revolución mexicana de 1910 fue una señal importante,
pero seguramente no la única. Pensemos en las revoluciones
en Afganistán, Persia y China. Y pensemos en la revolución
de liberación nacional rusa, que fue esencialmente una
revolución por pan, por tierra, pero ante todo, por la
paz, es decir, con el fin de no seguir una política nacional
que servía principalmente a los intereses de las grandes
potencias de Occidente.
¿Se diría que todas estas revoluciones, incluso
la mexicana, fueron ambiguas? Cierto, pero no existen revoluciones
no ambiguas. ¿Se diría que todas estas revoluciones,
incluso la mexicana, fueron finalmente recuperadas? Cierto, pero
no existe revoluciones nacionales que no fueran recuperadas al
seno de este sistema-mundo capitalista. No es esta la cuestión
interesante.
Desde el punto de vista de los poderosos del mundo, la posible
sublevación global de los pueblos periféricos y
descuidados constituía una grave amenaza para la estabilidad
del sistema, al menos tan grave como la posible sublevación
europea de los proletarios.
Tenían que tomar cuenta de eso y decidir cómo hacerle
frente. En especial, porque los bolcheviques en Rusia se presentaban,
para la izquierda mundial, como un movimiento con una posición
verdaderamente antisistémica. Los bolcheviques afirmaban
que la política de "centrificaciòn" de
los socialdemòcratas debería ser descartada. Querían
encabezar una sublevación global renovada.
El debate derecha-centro sobre el método para combatir
las clases peligrosas se repetía. Como lo hizo en el caso
de los proletariados europeos en la primera mitad del siglo XIX,
la derecha de nuevo favorecía la represión, pero
esta vez en forma racista-popular (es decir, el fascismo). El
centro favorecía la reforma recuperadora. El centro fue
encarnado por dos líderes sucesivos en los Estados Unidos,
Woodrow Wilson y Franklin Delano Rossevelt, que adaptaron las
tácticas decimonónicas del liberalismo a la nueva
escena mundial. Woodrow Wilson proclamó
el principio de la autodeterminación de los pueblos.
Este principio fue el equivalente global del sufragio nacional.
Una persona, un voto; un pueblo, un país soberano. Como
en el caso del sufragio, no se pensaba dar todo a todos inmediatamente.
Para Wilson, esa fue, más o menos, la salida ante la desintegración
de los imperios derrotados austro-húngaro, otomano y ruso.
No intento aplicarlo al Tercer Mundo, como es obvio, pues el mismo
Wilson fue quien intervino en México para vencer a Pancho
Villa. Pero en 1933, con la Política del Buen Vecino, Roosevelt
incluyó, al menos teóricamente, la América
Latina. Y en la Segunda Guerra Mundial, extendió la doctrina
a los imperios oeste-europeos en desintegración, aplicándolo
primeramente al Asia y más tarde al África y al
Caribe.
Además, cuando Roosevelt incluía en sus Cuatro Libertades
"la libertad de la necesidad" ("freedom
from want"), hablaba de la redistribución de
la plusvalía. Pero no fue muy específico. Unos años
después, su sucesor Traman proclamo en su Discurso Inaugural
cuatro prioridades nacionales. El único punto que recordamos
fue el celebre Punto Cuatro, con el afirmaba que los Estados Unidos
debían "lanzarse en un programa nuevo y audaz"
en ayuda de los países "subdesarrollados."
Comenzó lo que era el equivalente del estado de bienestar
a nivel nacional, esto es, el desarrollo del Tercer Mundo a través
de un keynesianismo mundial.
Este programa liberal mundial patrocinado por los Estados Unidos,
poder hegemónico, tuvo también un éxito enorme.
Sus razones se remontan a 1920, al Congreso de Bakú, convocado
por los bolcheviques. En el momento en que Lenin y los otros vieron
que era imposible impulsar a los proletariados europeos hacia
una verdadera vuelta a la izquierda, decidieron no esperar a Godot.
Giraron hacia el Oriente, hacia los Movimientos de Liberación
Nacional del Tercer Mundo como aliados para la supervivencia del
régimen soviético. A las revoluciones proletarias
las substituían efectivamente con las revoluciones anti-imperialistas.
Pero con eso aceptaron lo esencial de la estrategia liberal-wilsoniana.
El antiimperialismo fue un vocabulario más fanfarroneado
y más impaciente que la misma autodeterminación
de los pueblos. Desde este momento, los bolcheviques se transformaron
en el ala izquierda del liberalismo global. Con la Segunda Guerra
Mundial, Stalin prosiguió este camino más allá.
En Yalta acepto un rol limitado y consagrado en el seno del sistema
que los Estados Unidos pensaban crear en el período de
posguerra. Y cuando en los años cincuenta y después,
los soviéticos predicaban la "construcción
socialista" de esos países, en el fondo utilizaban
un vocabulario más fanfarroneado y más impaciente
para el mismo concepto de desarrollo de los países subdesarrollados,
predicado por los Estados Unidos. Y cuando, en Asia y Africa,
una colonia después de otra podía obtener su independencia,
con luchas de una facilidad variable, fue con el consentimiento
tal vez oculto y todavía prudente, pero no obstante importante,
de los Estados Unidos.
Cuando digo que la estrategia liberal mundial fue un gran éxito,
pienso en dos cosas. Primero, entre
1945 y 1970, en la gran mayoría de países del mundo,
los movimientos herederos de los temas de la Vieja Izquierda del
siglo XIX llegaron al poder, utilizando varias etiquetas: comunista,
alrededor de la Unión Soviética; movimientos de
liberación nacional, en Africa y Asia; socialdemócrata,
en Europa occidental; populista, en América Latina. Segundo,
el resultado del hecho de que tantos movimientos de la Vieja Izquierda
hayan llegado al poder estatal, supuso una euforia debilitadora
y, al mismo tiempo, también el ingreso de todos estos movimientos
en la maquinaria del sistema histórico capitalista. Cesaron
de ser antisistémicos y pasaron a ser pilares del sistema
sin dejar de gargarizar un lenguaje izquierdista, esta vez con
lengua de madera (langue de
bois). Ese éxito, por tanto, fue más frágil
de lo que pensaban los poderosos, y en todo caso no fue tan destacado
como la recuperación de la clase obrera blanca- occidental.
Hubo dos diferencias fundamentales entre las situaciones nacionales
de los países del centro y la del sistema-mundo globalmente.
El coste de una distribución nacional ampliada de la plusvalía
a los obreros occidentales no fue enorme como porcentaje del total
mundial y pudo ser pagado en gran parte por las clases
populares del Tercer Mundo. Hacer una redistribución significativa
hacia las poblaciones del Tercer Mundo, por el contrario, habría
tenido que ser pagado necesariamente por los poderosos y eso habría
limitado gravemente las posibilidades de una acumulación
de capital en el futuro. De otra parte, fue imposible utilizar
la carta del racismo para integrar los pueblos de color en el
sistema-mundo. Si todo el mundo era considerado como "nosotros"
¿quién iba a ser el otro a denegar y despreciar?
El desprecio racial hacia afuera había sido un elemento
crucial en la construcción de la lealtad de los nativos
de sangre privilegiada hacia sus naciones. Pero esta vez, no existía
un Tercer Mundo para el Tercer Mundo.
En el año 1968 marco el comienzo de un desmoronamiento
rápido de todo lo que los poderosos erigieron en el sistema-mundo
con la geocultura liberal después de 1945. Dos elementos
concurrían. El alza fenomenal de la economía-mundo
alcanzó sus límites e íbamos a entrar en
la fase-B de nuestro ciclo Kondratieff actual. Políticamente,
habíamos llegado a la cima de los esfuerzos antisistémicas
mundiales Vietnam, Cuba, el comunismo con rostro humano en Checoslovaquia,
el movimiento de poder negro en los Estados Unidos, los inicios
de la revolución cultural en China, y tantos otros movimientos
no previstos en los años cincuenta. Eso culminaba con las
revoluciones de 1968, revoluciones sobre todo estudiantiles, pero
no exclusivamente, en muchos países.
Vivimos después las consecuencias de la ruptura histórica
generada por esta segunda revolución mundial, una ruptura
que ha tenido sobre las estrategias políticas un impacto
tan grande como el impacto de la primera revolución mundial,
que fue esa de 1848. Claro que los revolucionarios han perdido
en lo inmediato. Los múltiples incendios impresionantes
a través del mundo durante tres años, se extinguieron
para terminar en la creación de varias pequeñas
sectas maoizantes que desaparecieron pronto.
Sin embargo, 1968 dejó heridas y agonizantes a dos víctimas
no poco importantes: la ideología liberal y los movimientos
de la Vieja Izquierda. Para la ideología liberal, el golpe
más serio fue la pérdida de su rol como la única
ideología imaginable de la modernidad racional. Entre 1789
e 1848, el liberalismo existía ya, pero solamente como
una ideología posible, confrontado por un conservadurismo
duro y un radicalismo naciente. Entre 1848 e 1968, a mi juicio,
como vengo de afirmar, el liberalismo llego a ser la geocultura
del sistema-mundo capitalista. Los conservadores y los socialistas
(o radicales) se han convertido en avatares del liberalismo. Después
de 1968, los conservadores y los radicales han retrocedido a sus
actitudes anteriores a 1848, negando la validad moral del liberalismo.
La Vieja Izquierda, comprometida con el liberalismo, hizo esfuerzos
valientes para cambiar de piel, adoptando un barniz de Nueva Izquierda,
pero no lo logró en realidad. Más bien, ha incidido
negativamente en los pequeños movimientos de la Nueva Izquierda,
mucho más de lo éstos incidieran a su vez en la
Vieja Izquierda. Seguía así, inevitablemente, el
declive global de los movimientos de la Vieja Izquierda.
Al mismo tiempo, sufríamos los azares de una fase-B de
otro ciclo Kondratieff. No es necesario rememorar ahora los itinerarios
en detalle. Recordemos únicamente dos momentos. En 1973
la OPEP lanzó al alza los precios del petróleo.
Observemos las varias consecuencias. Fue una bonanza en renta
para los países productores incluso en América Latina,
México, Venezuela y Ecuador. Fue una bonanza para las empresas
transnacionales de petróleo. Fue una bonanza para los bancos
transnacionales en los cuales fue depositada la renta no gastada
en seguida. Ayudaba, por un cierto tiempo, a los Estados Unidos
en su competencia con la Europa Occidental y con el Japón,
porque los Estados Unidos eran menos dependientes de la importación
de petròleo. Fue un desastre para todos los países
del Tercer Mundo y del bloque comunista que no eran productores
de petròleo. Los presupuestos nacionales cayeron en déficits
dramáticos. Complicó las dificultades de los países
centrales reduciendo aún más la demanda global para
sus productos.
¿Cuál fue el resultado? Hubo dos etapas. Primeramente,
los bancos transnacionales, con el apoyo de los gobiernos centrales,
ofrecían enérgicamente empréstitos a los
gobiernos pobres en situaciones desesperadas, e inclusive a los
propios gobiernos productores de petróleo. Claro que los
gobiernos pobres acogieron este salvavidas para mantenerse contra
la amenaza de tumultos populares y los gobiernos productores de
petròleo se aprovecharon de tal ofrecimiento para "desarrollarse"
rápidamente. Al mismo tiempo, estos empréstitos
redujeron los problemas económicos de los países
centrales aumentando su posibilidad de vender sus productos en
el mercado mundial.
La única pequeña dificultad con esta bella solución
era que había que rembolsar
los empréstitos. En unos años, el interés
compuesto de las deudas llego a ser un porcentaje enorme de los
presupuestos anuales de los países deudores. Fue imposible
controlar ese sumidero galopante de los recursos nacionales. La
Polonia debe su crisis de 1980 a éste problema. Y en 1982
México anuncio que no podía continuar pagando como
antes.
Tal crisis de la deuda perduró en la prensa unos años
y luego esa prensa la olvidó. Para los países endeudados,
sin embargo, la crisis perdura todavía, no solamente como
una carga presupuestaria, sino como un castigo en la forma de
las exigencias draconianas que el FMI impuso sobre estos Estados.
El nivel de vida en todos estos Estados ha caído abruptamente,
sobre todo para el estrato más pobre, que es un 85-95%
de la población.
Quedaron los dilemas de una economía-mundo en estancamiento.
Si no era posible atenuar más este estancamiento mundial
con los empréstitos a países pobres, era necesario
hallar en los años ochenta otros expedientes. El mundo
financiero-político ha inventado dos. Un nuevo prestador
se presentó, los Estados Unidos que, bajo Reagan, practicaba
una política keynesiana oculta. Como lo sabemos,
la política de Reagan ha sostenido ciertas grandes empresas
estadounidenses y ha limitado el desempleo, pero acentuando la
polarizaciòn interna. Así ha ayudado a sostener
los ingresos en Europa Occidental y Japòn. Pero evidentemente
el mismo problema iba a presentarse. El interés sobre la
deuda empezaba a ser demasiado pesado. De nuevo sobrevino una
crisis de deuda nacional. Los Estados Unidos se hallaron en una
situación tan desconcertante, que para jugar el rol de
líder militar del mundo en la Guerra del Golfo en 1991,
fue necesario que Japón, Alemania, Arabia Saudita y Kuwait
pagaran lo esencial de los gastos. ¡Sic
transit gloria!. A fin de impedir un poco un ocaso precipitado
que estaba en marcha, los Estados Unidos recurren a la solución
FMI, infligiéndose su propio castigo. Se llama "El
Contrato para América." Exactamente como insiste el
FMI para los países pobres, los EE.UU. están reduciendo
el nivel de vida de los pobres propios, sin perjuicio de mantener,
inclusive aumentar, las posibilidades de acumulación para
una minoría de su población.
El segundo expediente resultó del hecho de que un aspecto
fundamental de toda fase-B de los ciclos Kondratieff, es la dificultad
acentuada de obtener grandes beneficios en el sector productivo.
O para ser más precisos, la fase B se caracteriza, se explica,
por la restricción de beneficios. Eso no llega a ser un
obstáculo para un gran capitalista. Si no hay un margen
suficiente de beneficios en la producción,
se vuelve hacia el sector financiero para sacar ganancias de la
especulación. En las decisiones económicas
de los años ochenta, vemos que esto se traducía
en el fenómeno del súbito control (takeover) de
grandes corporaciones por medio de los llamados "junk
bonds" o bonos ilícitos. Visto desde el exterior,
lo que sucede es que las grandes corporaciones se están
endeudando, con la misma consecuencia, en el corto plazo que podría
suponer para la economía-mundo, una inyección de
actividad económica para luchar contra el estancamiento.
Pero luchan con las mismas limitaciones de los demás. Deben
pagar las deudas. Cuando eso se muestra imposible, la empresa
va a la bancarrota o entra un "FMI privado" que impone
la reestructuración, es decir, la despedida de empleados.
Lo que ocurre muchísimo en estos días.
De estos acontecimientos tristes, casi indecentes, de los años
1970-1995, ¿qué conclusiones políticas han
sacado las masas populares? Me parece obvio.
La primera conclusión es que
la perspectiva de reformas graduales que permitirían la
eliminación del foso rico-pobre, desarrollado-subdesarrollado,
no es posible en la situación actual y que todos los que
lo habían sostenido fueron mentirosos o manipuladores.
Pero, ¿quiénes fueron éstos? Ante todo, fueron
los movimientos de la Vieja Izquierda.
La revolución de 1968 ha sacudido la fe en el reformismo,
incluso el tipo de reformismo que se llamaba revolucionario. Los
veinticinco años posteriores de eliminación de las
ganancias económicas de los años 1945-1970, destruyeron
las ilusiones que aún persistían. País tras
país, el pueblo dio un voto de no-confianza a los movimientos
herederos de la Vieja Izquierda, sea populista, sea de liberación
nacional, sea social-Democrata, sea leninista. El derrumbe de
los comunismos en 1989 fué la culminación de la
revolución de 1968, la caída de los movimientos
que pretendían ser los más fuertes y los más
militantes. Su pérdida de apoyo popular fué ultra-dramático
y para muchas personas, incluso evidentemente para muchos intelectuales
de las Américas, fué un desarreglo de toda una vida
mental y espiritual.
Los coyotes del capitalismo gritaron victoria. Pero los defensores
más sofisticados del sistema actual sabían mejor.
La derrota del leninismo, y es una derrota
definitiva, es un catástrofe para los poderosos. Eliminó
el último y mejor escudo político, su única
garantía, como fue el hecho de que las masas creyeran en
la certidumbre de un éxito del reformismo. Y en consecuencia,
ahora esas masas no están más dispuestas a ser tan
pacientes como en el pasado. La caída de los comunismos
es un fenómeno muy radicalizarte para el sistema. Lo que
se derrumbó en 1989 fue precisamente la ideología
liberal.
Lo que proporcionaba el liberalismo a las clases “peligrosas”
fue sobre todo la esperanza, o mejor, la seguridad del progreso.
Fue una esperanza muy materialista, todo el mundo finalmente tendría
un nivel de vida confortable y saludable, una educación,
una posición honorable para sí mismo y sus descendientes.
Y lo fue prometido si no para hoy, pues para un próximo
mañana. La esperanza justificaba las demoras, a condición
de que hubiera ciertas reformas gubernamentales visibles y alguna
también visible actividad militante de parte de los que
la esperaban. Mientras tanto, los pobres trabajaron, votaron y
sirvieron en los ejércitos. Es decir, hicieron funcionar
el sistema capitalista.
Empero, si debían perder esta esperanza, ¿qué
harían las clases “peligrosas”? Lo sabemos,
porque lo vivimos actualmente. Renuncian
a su fe en los Estados, no únicamente en el Estado en manos
de los "otros," sino en todo Estado. Llegan a ser muy
cínicos en lo que concierne a los políticos, los
burócratas y también respecto de los líderes
llamados revolucionarios. Empiezan a abrazar un anti-estatismo
radical. Es poco menos que querer hacer desaparecer los Estados
que no dan ninguna confianza. Podemos ver esta actitud en el Tercer
Mundo, en el mundo ex-socialista, así como también
en los países centrales. ¡En los Estados Unidos lo
mismo que en México!
¿Están contentas, la
gente ordinaria, con esta nueva postura? Tampoco. Al contrario,
tienen mucho miedo. Los Estados fueron sin duda opresivos, desconfiables,
pero fueron también, al mismo tiempo, fuentes de seguridad
cotidiana. En ausencia de fe en los Estados, ¿quiénes
van garantizar la vida y la propiedad personal? Llega a ser necesario
retornar al sistema pre-moderno: debemos proveernos de nuestra
propia seguridad. Funcionamos como la policía, el recaudador
de impuestos y el maestro escolar. Además, porque es difícil
asumir todas estas tareas, nos sometemos a "grupos"
construidos de múltiples maneras y con varias etiquetas.
Lo nuevo no es que estos grupos se organicen, sino que comiencen
a asumir las funciones que otrora pertenecían a la esfera
estatal. Y al hacer eso, las poblaciones están menos y
menos listas a aceptar lo que los gobiernos les impongan para
estas actividades. Después de cinco siglos de fortalecimiento
de los estructuras estatales, en el seno de un sistema interestatal
también en fortalecimiento continuado, vivimos actualmente
la primera gran retracción del rol de los Estados y necesariamente
por tanto también del rol del sistema interestatal.
No es algo menor. Es un terremoto
en el sistema histórico del cual somos participantes. Estos
grupos a los cuales nos sometemos representan una cosa muy distinta
de las naciones que construíamos en los dos últimos
siglos. Los miembros no son "ciudadanos," porque las
fronteras de los grupos no son definidos jurídicamente
sino mímicamente, no para incluir sino para rechazar.
¿Es esto bueno o malo? ¿Y para quiénes? Desde
el punto de vista de los poderosos, es un fenómeno muy
volátil. Desde el punto de vista de una derecha resucitada,
da la posibilidad de erradicar el estado de bienestar y permitir
el florecimiento de los egoísmos de corta duración
("après moi le déluge!").
Desde el punto de vista de las clases oprimidas, es una espada
de doble filo y tampoco están seguras de si deberían
luchar contra la derecha porque sus proposiciones les producen
daños inmediatos graves o apoyar la destrucción
de un Estado que les ha defraudado.
Pienso que el colapso de la fe popular
en la inevitabilidad de una transformación igualizante
es el más serio golpe para los defensores del sistema actual,
pero seguramente no es el único. El sistema-mundo
capitalista está desagregándose a causa de un conjunto
de vectores. Podríamos decir que esta desagregación
es muy sobredeterminada. Voy a discutir brevemente algunos de
estos vectores inquietantes para el funcionamiento del sistema-mundo.
Antes de hacerlo, debo decir que no se presenta como un problema
de tecnología. Algunos sostienen que el proceso continuo
de mecanización de la producción resultará
en la eliminación de empleos posibles. No lo creo. Podemos
todavía inventar otras tareas para la fuerza de trabajo.
Otros declaran que la revolución informática acarreará
un proceso de globalización que en sí hace caduco
el rol de los estados. No lo creo tampoco, porque la globalidad
ha sido elemento esencial de la economía-mundo capitalista
desde el siglo XVI. No es nada nuevo. Si estos fueron los únicos
problemas de los capitalistas en el siglo SXXI., estoy seguro
que podrían hacer lo necesario a fin de mantener el impulso
de la acumulación incesante de capital. Hay cosas peores.
Primeramente, para los empresarios
hay dos dilemas que son casi imposibles de resolver:
a) la desruralización del mundo
b) la crisis ecológica.
Los dos son buenos ejemplos de procesos que van de cero a ciento
por ciento y cuando llegan cerca de la asíntota, pierden
valor como mecanismos de ajuste. Esto constituye la fase última
de una contradicción interna.
¿Cómo ocurrió que el mundo moderno se haya
desruralizado progresivamente? Una explicación tradicional
es que la industrialización exige la urbanización.
Pero no es verdad. Todavía quedan industrias localizadas
en las regiones rurales y hemos ya notado la oscilación
cíclica entre la concentración y la dispersión
geográfica de la industria mundial. La explicación
es diferente. Cada vez que hay estancamiento cíclico en
la economía-mundo, uno de los resultados al fin de estos
períodos es una movilización acrecentada de los
proletarios urbanos contra la declinación de su poder de
compra. Así se crea una tensión que los capitalistas
resisten, por supuesto. Sin embargo, la organización obrera
aumenta y comienza a ser peligrosa. Al mismo tiempo, las reorganizaciones
empresariales alcanzan un momento en que podrían relanzar
la economía-mundo sobre la base de nuevos productos monopolizados.
Pero falta un elemento, la demanda global suficiente.
Frente a esto, la solución es clásica: alzar los
ingresos de los proletarios, sobre todo de los obreros calificados,
incluso facilitar para algunos el ingreso en esas categorías.
Del mismo golpe, resuelven los problemas de la tensión
política y de la falta de demanda suficiente. Pero hay
una contrapartida. El porcentaje de plusvalía que corresponde
a los propietarios ha disminuido. Para compensar esta caída
de plusvalía relativa, de nuevo existe una solución
clásica: transferir algunos sectores de actividad económica
que no son más muy rentables, hacia zonas donde hay una
población rural importante, una parte de la cual podría
ser atraída a nuevas localidades urbanas de producción,
por salarios que representan para ellos un aumento de sus entradas
familiares, pero que en la escena mundial representan costes de
trabajo industrial mínimos. En efecto, a fin de resolver
las dificultades recurrentes de los estancamientos cíclicos,
los capitalistas fomentan cada vez una desruralizaciòn
parcial del mundo. Pero, ¿y si no hay más poblaciones
a desruralizar? Hoy nos acercamos a esta situación. Las
poblaciones rurales, todavía hace no mucho fuertes en la
propia Europa, han desaparecido enteramente de muchas regiones
del mundo y disminuyen en todas partes. Probablemente, son menos
de 50% mundialmente hoy y dentro de 25 años la cifra va
ser menos de 25%. La consecuencia es clara. No
habrá nuevas poblaciones de bajo pago para compensar los
salarios más elevados de los sectores proletarizados anteriormente.
En efecto, el coste de trabajo aumentará mundialmente,
sin que los capitalistas puedan evitarlo.
Lo mismo pasa con la ecología. ¿Por qué existe
hoy una crisis ecológica? No es complicado explicarlo.
A fin de maximizar los beneficios, hay dos recursos principales
para un capitalista: no pagar demasiado a los obreros y no pagar
demasiado por el proceso de producción. ¿Como hacer
esto? De nuevo es obvio: hacerlo pagar en gran parte por "otros."
Se llama "la externalizaciòn de costes." Hay
dos métodos principales de externalizar costes. Uno es
esperar que el estado pague por la infraestructura necesaria por
la producciòn y la venta de los productos. La desagregación
de los estados representa una amenaza aguda para esto. Pero el
segundo y más importante método es no pagar los
costes ecológicos: por ejemplo, no reemplazar los bosques
cortados o no pagar por la limpieza de desperdicios tóxicos.
Mientras existían otros bosques, o zonas aún no
utilizadas, luego no tonificadas, el mundo y los capitalistas
podían ignorar las consecuencias. Pero hoy tocan los límites
de la externalizaciòn de costes. No hay más muchos
bosques. Los efectos negativos de una toxificaciòn excesivamente
aumentada de la tierra, implican impactos serios y múltiples
que nos anuncian los científicos avisados. Por eso han
surgido movimientos verdes. Desde un punto de vista global, hay
únicamente dos soluciones: hacer pagar los costes por los
capitalistas; y/o aumentar los impuestos. Pero esto último
es poco probable, dadas las tendencias de reducir el rol de los
Estados. Y lo primero implica una reducción seria en las
ganancias de los capitalistas.
Hay otros vectores que representan dilemas, no para los empresarios,
pero sí para los Estados. Primero, la polarizaciòn
socio-económica cada día más aguda del mundo
corre parejas con la polarizaciòn demográfica del
mundo. Cierto, hay una transformación demográfica
en proceso desde 200 años al menos y ahora mismo toca por
primera vez al Africa que en el período pos-1945 tenía
la tasa de crecimiento más alta del mundo. No obstante,
aunque las tasas en general bajen, el foso entre el Norte, donde
las tasas son a menudo negativas, y el Tercer Mundo, donde aún
son altas, aún sigue ensanchándose. Si hay recuperación
de la economía-mundo en el primer cuarto del siglo XXI,
el foso económico ya se agrandará, porque la recuperación
será fuertemente desigual.
La consecuencia es fácil de prever. Habrá un fuerte
aumento de la migración Sur-Norte, legal o ilegalmente.
No importa. No hay mecanismos posibles para terminarlo y aún
limitarlo seriamente. Las personas que querrían venir al
Norte son reclutadas entre los más capaces del Tercer Mundo
y están determinadas a llegar. Habrá muchos empleos
insuficientemente pagados para ellos. Por supuesto, habrá
una oposición política xenófoba contra ellos,
pero no bastará para cerrar las puertas.
Si al mismo tiempo el rol de los Estados disminuye (y esto servirá
también para permitir el aumento del número de emigrantes),
la integración económica de estos inmigrantes será
limitada. Si la oposición política no logra frenar
la entrada, probablemente logrará limitar los derechos
políticos y sociales de los inmigrantes. En este caso,
preveo lo siguiente: el número verdadero de inmigrantes
"sureños" y sus descendientes inmediatos en los
países del Norte será entre
10-35% por ciento de la población, si no más. Y
esto no solo en América del Norte y Europa Occidental,
sino también en Japón. Al mismo tiempo, este 10-35%
de la población más joven, mucho más pobre,
y ubicado en barrios urbanos segregados de hecho, será
una población obrera sin derechos políticos o sociales.
Retornaremos a la situación de la Gran Bretaña
y la Francia en la primera mitad del siglo XIX, aquella de proletariados
que son clases peligrosas. Así
se deshace doscientos años de recuperación liberal
y esta vez sin posibilidad de repetir el guión.
Preveo que las zonas de conflicto social las más intensas
en el siglo s XXI, no serán las Somalias y las Bosnias,
sino las Francias y los Estados Unidos. ¿Las estructuras
estatales ya debilitadas van a sobrevivir ese tipo de guerra civil?
Y si esto no fuera bastante, hay el problema de la democratización.
¿Problema, digo yo? ¡Sí, problema! La democratización
no es una mera cuestión de partidos múltiples, sufragio
universal y elecciones libres. La democratización
es una cuestión de acceso igual a las verdaderas decisiones
políticas y a un nivel de vida y a una seguridad social
razonable. La democracia no puede coexistir con una gran
dolarización socio-económica, ni al nivel nacional,
ni al nivel mundial. No obstante, existe una ola de sentimiento
democratizador que se fortalece enormemente estos días.
¿Como se traduce ella? La prensa y los últimos <span class="georgia11bordoItalic">Herald </span> os
del liberalismo anuncian que la democratización se muestra
en la caída de varias dictaduras a través del mundo.
Sin duda, esto representa un esfuerzo de democratizar estos países.
Pero estoy un poco desengañado del éxito efectivo
de estos cambios. Lo que es más interesante es la presión
continua, no únicamente en el Sur, sino inclusive de modo
más fuerte en los países del Norte, para aumentar
los gastos para la salud, la educación, y la vida de los
sectores sociales mas retrasados. Pero esta presión agudiza,
y muchísimo, los dilemas fiscales de los estados. La ola
de democratización será la última clave en
el ataúd ("nail in the coffin") del estado liberal.
Vemos lo que pasa estos días en los Estados Unidos.
Para todas estas razones, el período frente a nosotros,
los próximos 30-40 años,
será el momento de la desintegración del sistema
histórico capitalista. No será un momento
agradable de vivir. Será un período negro, lleno
de inseguridades personales, incertidumbres del futuro y odios
viciosos. Al mismo tiempo, será un período de transición
masiva hacia algo otro, un sistema
(o unos sistemas) nuevo(s). Al decir esto, sin duda se preguntan
Vds. porque les he dicho que les traigo un mensaje de esperanza.
Nos hallamos en una situación de bifurcación muy
clásica. Las perturbaciones aumentan en todas direcciones.
Están fuera de control. Todo parece caótico. No
podemos, nadie puede, prever lo que resultará. Pero no
quiere decir que no podamos tener un impacto sobre el tipo de
nuevo orden que va ser constituido al fin. Todo lo contrario.
En una situación de bifurcación
sistémica, toda acción pequeña tiene consecuencias
enormes. El todo se construye de cosas infinitesimales.
Los poderosos del mundo lo saben bien. Preparan de múltiple
maneras la construcción de un mundo post-capitalista, una
nueva forma de sistema histórico desigual a fin de mantener
sus privilegios. El desafío para nosotros, sociólogos
y otros intelectuales y para todas las personas en pos de un sistema
democrático e igualitario (los dos adjetivos tienen idéntico
significado), es mostrarnos tan imaginativos como los poderosos
y tan audaces, pero con la diferencia de que debemos vivir nuestras
creencias en la democracia igualitaria, lo que no hacían
nunca (o raramente) los movimientos de la Vieja Izquierda. ¿Como
hacerlo? Es esto que debemos discutir hoy, mañana y pasado
mañana. Es posible hacerlo, pero no existe una certidumbre
sobre eso. La historia no garantiza nada. El único progreso
que existe es aquello por lo cual luchamos con, recordémoslo,
unas grandes posibilidades de perder. Hic
Rhodus, hic salta. La esperanza reside, ahora como siempre,
en nuestra inteligencia y en nuestra voluntad colectiva.
Reproducido por el Siese Manuel Ugarte en Córdoba
el 20.08.07
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