(La perspectiva de Niklas Luhmann)
Por Javier Torres Nafarrate

Arbitrariedad de la Teoría de Sistemas

La teoría de sistemas, en sociologia, consiste en una técnica, un instrumento, un modo de proceder. Decidirse en favor del empleo de la teoría de sistemas para observar la sociedad lleva implicado un momento de arbitrio. Con esto se asienta que la teoría de sistemas, aunque "acaricia el ensueño" de ser universal en el sentido de abarcar todo lo concerniente a lo social, no reclama sin embargo, exclusividad.

De facto, la sociedad se ha observado y descrito con otro tipo de distinciones que no se enmarcan dentro de la tradición sistémica: trabajo/capital (Marx); ideas/intereses (Weber); solidaridad orgánica/mecánica (Durkheim); actuar comunicativo/estratégico (Habermas).

La teoría de sistemas anhelo constituirse, después de la Segunda Guerra Mundial, en una especie de meta-conceptuación que le devolviera a la humanidad el paradigma perdido. El concepto de sistema, despojado de las peculiaridades propias de cada disciplina, significaría la gran unificación de la ciencia y, por consiguiente, la comprensión de la estructura mas secreta del mundo.

Von Bertalanffy aparece como el entusiasta más destacado de esta empresa, lo que lo llevó a la formación de una sociedad que se consagrara a la teoría general de los sistemas.
1 No es posible firmar de un plumazo el acta y sostener que ese intento fracaso. Más bien habrá que puntualizar por un lado los avances, y, por otro, los límites a los que condujo este desarrollo.

La teoría sistémica nace sobrecogida por el modelo del equilibrio de los sistemas, aunque este entendimiento alude a una vieja idea del siglo XVII: balance of trade (equilibrio del mercado internacional). El modelo del equilibrio dio pie para que se vislumbrara una teoría general de los sistemas. Sin embargo, en el esfuerzo de la sociedad para la Teoría General de Sistemas no se puede hablar de un descubrimiento propio en el campo de lo sistémico, sino de una variante de aquel pensamiento ya antiguo sobre la estabilidad.

En la actualidad existen serias dudas acerca de si los sistemas que se describen mediante la noción de equilibrio sean reales; más bien se ha llegado a la convicción de que en el desequilibrio los sistemas adquieren su estabilidad. Algo parecido a lo que sucede en la observación de que el sistema económico sólo se puede estabilizar en la medida en que crea sobreproducción, o en la medida en que produce exceso de compradores: compradores escasos y, por tanto, sobreproduc­ción de mercancías; o mercancías escasas y sobreproducción de compradores. Estos desequilibrios que conducen a la estabili­dad podrían servir para caracterizar la economía capitalista y socialista: teoría que ha desarrollado el economista húngaro Janos Kornai.
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Ya la física había llegado a la compresión de que el Universo, respecto a la energía, es un sistema cerrado que no puede dar acogida a ningún tipo de input que no este contenido dentro de sí mismo. De allí surge, inexorable, la ley de la entropía de la termodinámica. Sin embargo, estos sistemas cerrados siempre fueron para la teoría sistémica casos límite: sistemas para los cuales el entorno no tiene ningún significado, o que sólo tiene significado bajo condiciones muy específicas.

Si la entropía como ley inexorable era válida para el mundo físico, no podía serlo, sin más, para el orden biológico ni para el social. La teoría de sistemas propuso el modelo de los sistemas abiertos. La tesis fundamental consiste en que si estos sistemas fueran cerrados acabarían sucumbiendo a la irreversibilidad termodinámica. Los sistemas abiertos, en cambio, al desarrollar complejidad para construir neguentropía, necesariamente entran en intercambio de energía o de información con el entorno. Estos sistemas con ayuda de una función de transforma­ción pueden convertir inputs en outputs y con ello conservarse.

En el desarrollo de los sistemas abiertos hubo límites en los planteamientos y preguntas que no fueron contestadas. Todos estos esfuerzos nunca enfrentaron el problema de la delimita­ción de que es, en realidad, un sistema. En la comprensión del modelo abierto se captó el proceso de transformación input/output y en las consideraciones colaterales de la cibernética (feed back negativo /feed backpositivo), se precisó con claridad el mantenimiento o aumento progresivo de ciertas variables. Sin embargo, este modelo nunca se preguntó por las caracterís-ticas del sistema que hacía que todo eso fuera posible. El haber recurrido a las funciones matemáticas, a las igualdades, a los mecanismos teóricos, no bastó para llenar ese hueco de teoría y, sobre todo, no llegó a consolidar una teoría de sistemas que pudiera ser útil a la sociología. Estos esfuerzos no dotaron de información sobre la forma en que se constituyen los sistemas sociales y menos todavía sobre la constitución de una teoría de la sociedad. Estos avances de teoría se pueden contabilizar, en todo caso, del lado de algunos rendimientos de los sistemas, pero no hay respuestas con respecto a qué sea el sistema para que pueda aportar tales logros.

Todo lo que se pueda decir sobre una teoría de sistemas es, en última instancia, un intento por responder de manera precisa a lo que se designa bajo el concepto de sistema.
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Echando la mirada hacia atrás se percibe que el modelo de los sistemas abiertos quedo atrapado en el pantano de una concepción objetual. Como los sistemas se pensaban en primera linea en el campo de la biología y de los mecanismos de control, las representaciones correspondientes estuvieron ligadas a representaciones orientadas por el esquema de las cosas. Quizás el logro más llamativo de la actual teoría de sistemas consiste en haber logrado dar el salto hacia una comprensión de lo que se designa como sistema, que se ubica en un plano de abstracción que recuerda la altura alcanzada por la mecánica cuántica.

Los sistemas clausurados en su operación

Luhmann se adhiere a un último modelo en la teoría de sistemas sobre el que apenas existen esbozos de inteligencia: la teoría de los sistemas clausurados en su operación.

Lo revolucionario de este entendimiento —si con Kuhn se acepta que la revolución en el campo de la ciencia no necesariamente debe ser altamente espectacular 4 - estriba en que los sistemas ya no serán entendidos como objetos, sino fundamentalmente como operaciones. Hay, pues, en ello una intelección radical operativa de los sistemas como condición para aferrar su unidad.

En la antigua teoría de sistemas se hacía mención a una pluralidad de características como las de elemento/relación, estructura/proceso para designar la unidad del sistema, aunque lo propio de la sistemicidad parecía estar reservado al y  de la inclusión: elemento y relación.

Los estímulos para efectuar un cambio de la comprensión de los sistemas con el acento puesto en la operación surgió de las matemáticas. George Spencer-Brown, en el libro Laws of Form,5 se ocupa de la presentación de un cálculo formal pre-matemático en el que trata de reducir el álgebra de Boole a un único cálculo de operación. Con esto surgió la esperanza, al menos en sociología, de identificar el tipo de operador que hace posible a todos los sistemas sociales, por más complejos que se hayan vuelto en el transcurso de la evolución: interacciones, organizaciones, sociedades.

Por operación habrá de entenderse, de la manera más general, la producción de una diferencia. Todo lo que se pueda designar como entidad sufre un cambio de estado después de que ha acontecido una operación; además esa entidad mediante  la operación es algo distinto que sin ella.

Por consiguiente, una teoría de los sistemas sociales requiere de una indicación precisa respecto de la operación por medio de la cual el sistema se reproduce y luego se diferencia del entorno. Aquí es donde ha fracasado la teoría sociológica de la acción, pues el concepto de acción remite al hombre como ser viviente y como conciencia, es decir, no se refiere a un estado de cosas socialmente constituido. La teoría de los sistemas socia­les, por ello, debe transformarse de teoría de la acción en teoría de la comunicación, si quiere aplicar el concepto de sistema que hemos delineado en los párrafos anteriores al hablar de siste­mas sociales operativamente clausurados.6 No hay en el ámbito de lo social multiplicidad de alternativas para, de entre ellas, escoger la operación que defina lo social. La comunicación es el único fenómeno que cumple con los requisitos: un sistema social surge cuando la comunicación desarrolla más comunicación a partir de la misma comunicación.

La sociedad no es un objeto

La consecuencia inmediata que se deriva de que lo social es una operación de comunicación, es que la sociedad no existe como objeto. La sociedad es pura comunicación y por tanto es solo posible acercarse a ella mediante distinciones. La sociedad no opera como una gigante estructura objetiva que nadie ha visto. Más bien las relaciones que se aprecian entre los seres humanos concretos se hacen dependientes de una orientación que se refiere a formas de comunicación. Por consiguiente, los sistemas sociales (y con mucho más razón la sociedad) no son propiamente objetos que estén situados en un lugar en el espacio y en el tiempo. Se trata decisivamente de una distinción, pero una distinción que es real y que produce efectos reales.

Por eso, para repetirlo, todo lo que se pueda decir sobre una teoría sistémica es, en última instancia, un intento de responder de manera precisa a lo que se designa bajo el concepto desistema y esto, sobre todo, en dos aspectos fundamentales: a) pasar de la consideración de que un sistema es un objeto, a la pregunta de cómo se llega a obtener la diferencia que se designa bajo el binomio sistema/entorno. Como es posible que esta distinción (sistema/entorno) se reproduzca, se mantenga, se desarrolle mediante evolución con el resultado de que cada vez más se pone a disposición del sistema (de un lado de la diferen­cia) una mayor complejidad. b) que tipo de operación hace posible que el sistema, al reproducirse, mantenga siempre dicha diferencia?

Sistemas autorreferenciales y autopoiéticos

La disposición de que un sistema deba comprenderse a partir del tipo de operación que lleva a efecto, nos ha allanado, en buena parte, el camino. El siguiente paso consiste en la aceptación del contexto recursivo de cada una de las operaciones: la operación encuentra su propia unidad cuando logra enlazarse con operaciones propias.. En este sentido básico se trata autorreferencialidad. Este concepto deberá entenderse en el contexto de un entramado específico, como condición que hace posible la producción y reproducción de las operaciones del sistema. Un sistema autorreferencial debe definirse, pues, como  un tipo de sistema que para la producción de sus propias operaciones se remite a la red de las operaciones propias y, en este sentido, se reproduce a sí mismo. Con una formulación un poco más libre se podría decir: el sistema se presupone a sí mismo para poner en marcha su propia operación en el tiempo.

Los sistemas autorreferenciales son necesariamente sistemas que están clausurados en su operación. Esta clausura lo que efectúa es una selección por medio de la cual quedan "cualificados" los elementos del sistema: por ejemplo, un sonido (palabra) que se identifica como  comunicación y que por eso mismo se deslinda de cualquier otro tipo de percepción acústica.

Este tipo de cerradura no deberá entenderse como aislamiento.  Sería un absurdo  retroceder a disposiciones teóricas que ya han sido discutidas ampliamente, en el sentido de que se sabe, desde hace tiempo, que los sistemas dependen material y energéticamente del entorno. Sin embargo, la clausura de operación acentúa una cerradura de tipo informática y semántica, aunque presuponga apertura material y energética.

Estos sistemas autorreferenciales son, además, autopoié­ticos. La innovación que el concepto de autopoiesis introduce, y que significa un avance con respecto a la autorreferencialidad, es que se sitúa en el plano ultra-elemental del sistema —en el plano de los elementos que ya no son capaces de admitir una disolución posterior— y con ello, entonces, en el nivel de todo lo que opera como unidad en el sistema. No se trata, por consiguiente, de la pura autoorganización en el sentido de las autodeterminaciones y los cambios sobre las propias estructuras, y tampoco simplemente de autonomía en el sentido de la autorregulación del sistema. Se trata más bien, del entendimiento de que tanto las estructuras como los elementos del sistema pueden llevarse a efecto si permanece como invariable la autopoiesis. Para decirlo en forma comprimida: la autorre­ferencialidad alude directamente a la formación de las propias estructuras en el sistema; la autopoiesis hace referencia a todo lo que acontece en el sistema cono operación (lo cual incluye también las estructuras).

El concepto de autopoiesis constituye, sin lugar a dudas, una revolución conceptual. Pero su vuelco radical se sitúa exclusivamente en el plano de un principio teórico que obliga a comprender los sistemas a una profundidad hasta ahora no alcanzada por la teoría de sistemas. Sin embargo su poder de aclaración deductivo es mínimo. Prácticamente lo único que afirma es que en el sistema existirían elementos y estructuras mientras se mantenga la autopoiesis. Pero el concepto no es capaz de aclarar qué tipos de estructuras deberán erigirse, ni aclarar tampoco el tipo de efectos causales que se puedan producir entre sistema y entorno. Dicho de manera nomológica: la revolución que introduce el concepto de autopoiesis como metaconcepto teórico es inversamente  proporcional a su capa-cidad de explicación predictiva.

Una de las consecuencias que se decían de esta comprensión de la autorreferencialidad y por ende, de la autopoiesis, es que el primado ontológico de la conciencia, en el sentido de que se pensaba que era el único fenómeno autorreferencial en el universo, se desmorona. La conciencia a partir de esto será entendida sólo como un sistema autorreferencial y autopoietico entre otros: célula, sistemas sociales, sociedad...

Diferencia vs. Unidad

Esta nueva comprensión de los sistemas esta sustentada en un punto de partida teórico que se ancla firmemente en la comprensión de la diferencia. En esto difiere de la comprensión dominante del pensamiento vétero-europeo que finca toda su disposición en una comprensión teórica de la unidad. En el caso paradigmático de Hegel, por ejemplo, el movimiento teórico consiste en partir de la unidad indeterminada, para arribar a una unidad superior de mayor determinación. En el pensamiento clásico, la unidad precede metafísicamente a la diferencia y de aquí que la dificultad elemental consistiera en explicar el paso de cómo la unidad hace surgir la diferencia: piénsese en Plotino y en Fichte.

La nueva teoría de sistemas, por el contrario, empieza con una afirmación empírica: cada operación que se efectúa en el mundo, produce diferencia. Por consiguiente, existe una primacía factual de la diferencia sobre la unidad. Apenas así se hace comprensible la paradoja de que la unidad del mundo sólo se pueda expresar mediante la diferencia. En este lugar adquiere relevancia la anotación de Luhmann: "Quien lea con atención se dará cuenta de que se está hablando de la diferencia entre identidad y diferencia, y no de la identidad entre identidad y diferencia. Ya desde aquí las siguientes reflexiones se apartan de la tradición dialéctica, a pesar de todas las similitudes que puedan darse y que llamen la atención".7

El dispositivo ultra-elemental con el que esta provisto todo sistema con capacidad de observar (células, conciencias, siste­mas sociales) conduce a que lo observado adquiere, por la sola disposición de ser observado, una forma desdoblada. Se podría decir: toda observación esta condenada a desfigurar la realidad y por consiguiente, vivimos en un mundo, para nosotros, desfigurado. Pero justamente lo que en el pensamiento clásico se valora como negativo y cargado de nostalgia (la desfiguración del mundo), en la teoría de la diferencia se la comprende como una ganancia explosiva de realidad. La realidad no sólo es lo que es (comprensión ontológica), sino además lo que la observación le añade como construcción (comprensión constructivista). Con esto se recuerda el aforismo de la mecánica cuántica: todo objeto es perturbado por el hecho de observarlo.

El mundo entonces, será entendido como el trasfondo en el que distintos observadores podrán observar lo mismo de distinta manera. Por consiguiente, ¿qué es la sociedad?: la sociedad es el sistema omniabarcador que hace posible que se efectúen en su seno las distinciones "antónimas " (Stephen Holmes) que la describen. Habíamos dicho: la sociedad no es un objeto, sino la instancia en la que toda observación muestra su poder constructivo. Cada observación de la sociedad expande sus propios límites. Describirla es también construirla. Por consiguiente, si el observador adquiere la preeminencia metafísica, quedan disueltos los viejos problemas de la ontología, del consenso de la verdad, de la intersubjetividad. La sociedad es la operación que acoge todo lo dispar (lo bueno y lo malo; lo fáctico y lo utópico; el statu quo y la revolución). La sociedad es la instancia que distribuye las cargas antiguas de la ontología (bien, unidad, verdad, moral) en distintas subinstancias socia­les para que se hagan cargo, mediante un manejo más diferenciado, del principio utilitario (economía), del principio de tras-cendencia (religión), del principio de justicia (derecho), del principio de participación en el poder (política).

¿Relativismo puro?

¿La sociedad, entonces, esta condenada al relativismo, ya que debe admitir pluralidad de observaciones? El aspecto de un cierto relativismo en el conocimiento de la estructura de la sociedad no se puede eludir. Sin embargo, este relativismo no conduce a la afirmación de que "todo sucede al garete" (anything goes); por el contrario, las observaciones conducen a un proceso autorreferencial de enlace, a la no flexibilización, a la construc­ción de las tradiciones. Tanto la cibernética de las operaciones recursivas, como la disciplina de los órdenes autorreferentes, han descubierto que en este tipo de sistemas no impera la casualidad. Más bien tienden a producir estabilidades (lo que constituye su historia), y éstas son extremadamente difíciles de transformar, a no ser que sobreviniera una catástrofe.

El observador de la sociedad es la misma sociedad que se observa. Es la comunicación que, en su estructura más elemen­tal lleva aparejada la autoobservación. Los seres humanos que observan (por tanto que utilizan comunicación) presuponen un sistema (la sociedad) ya maduro en operaciones, para poder enlazar una nueva. Los observadores individuales, para decirlo en terminología de Parsons, son los prerrequisitos necesarios de energía para que se lleve a efecto la observación de la sociedad: capacidad sensomotora, movimientos corporales, ener­gía motivacional de las personas, capacidad de entendimiento, consensos básicos. Es decir: la estructura más básica de la sociedad (la comunicación) no permite, por razones ultraes-tructurales (autopoiesis) que haya una única descripción de lo que es la sociedad; la garantía última de persistencia del mundo radica en que no puede ser de un solo modo. Para proseguir, la sociedad crea la redundancia, la recursividad, el pluralismo, la policontexturalidad, como un mecanismo de compensación frente a la limitación estructural al no existir, de facto, la unicidad ontológica. La sociedad crea su propio emplazamiento en el espacio y el tiempo con ayuda de una pluralidad de referencias: como la ubicación de un astronauta en el espacio sideral. Por consiguiente el acercamiento al orden social no puede consistir en definiciones únicas para siempre, sino en acercamientos contingentes:

Si es acertado el que la contingencia es el modo de ser de la sociedad moderna —por tanto lo que no es posible cambiar cuando en el modo de la observación de segundo orden debe ser comunicado—, enton-ces la tarea de la teoría sociológica podría consistir en realizar esta forma en la sociedad, por tanto volver a copiar la forma en la forma. Su idea de verdad ya no consistirá entonces en la concordancia de sus afirmaciones con su objeto (lo que ha sido ya probado y puede ser todavía aprobado), sino en una especie de congruencia de las formas; o dicho de otra manera: en una re-entry de la forma en la forma. O se pudiera decir también, en analogía con las formas del arte, que la sociología lo que hace es realizar una parodia de la sociedad en la sociedad.8

Más sobre la clausura sistémica

A finales de este siglo (para decirlo en forma milenaria), se ha producido una convergencia en el ámbito científico que bien pudiera calificarse como la reflexión más espectacular de la época contemporánea. Se trata precisamente del fenómeno de la clausura sistémica.

La clausura aparece en muy distintos campos de las disciplinas científicas: termodinámica, matemáticas, biología, teoría general de sistemas, lingüística. Se sabe en la física que la energía no puede entrar ni salir de un sistema termodinámicamente cerrado. Los sistemas cerrados tienen una superficie "adiabática" que prohíbe el tránsito de calor, de energía y de radiación. De clausura algebraica se habla cuando todas y cada una de las opciones algebraicas tienen que producir elementos que pertenezcan al conjunto de los elementos del sistema: si tenemos un sistema algebraico en el que los elementos son números naturales, por ejemplo, y las operaciones son la suma y la multiplicación el sistema se dice que es "algebraicamente cerrado". Existen reproductores autocatalíticos que, de nuevo, ponen de manifiesto una entidad sistémicamente cerrada cuan­do sus elementos se generan unos a otros mediante operaciones de producción en el sistema.

Por ultimo, en calidad de ejemplo, la descripción que hace Humberto Maturana (el destacado biólogo chileno), del sistema nervioso central. El sistema nervioso es una red neuronal cerrada de neuronas interactivas. Todos los cambios en la actividad neuronal relativa siempre conducen a otros cambios en la actividad neuronal. Una red neuronal no tiene superficies de input o de output como rasgos característicos de su organización. Dado un sistema cerrado, el interior y el exterior sólo existen para un observador que los contempla y no para el sistema. El entorno en que se sitúa el observador actúa sólo como un elemento intermedio a través del cual las neuronas electoras y sensoriales interactúan, con lo que se completa la circularidad del sistema nervioso.

El dominio de operación del organismo y el dominio de operación del sistema nervioso, son completamente distintos. No se intersectan. Y nada de lo que un observador pueda considerar como propio de uno, corresponde al otro. En otras palabras, el sistema nervioso no usa en su operación representaciones del medio, no opera con conceptos, ni tampoco utiliza símbolos. El sistema nervioso opera solo generando relaciones cambiantes de actividad entre sus componentes en una dinámica cerrada en la que cualquier cambio de relación de actividad entre algunos elementos dentro de el generan otros cambios de relaciones de actividad entre otros de sus elemen­tos. Como resultado de estas circunstancias, la única relación entre lo que sucede en el dominio de las interacciones del organismo y la operación del sistema nervioso es la que tiene lugar en la intersec­ción del sistema nervioso y las superficies electoras y sensoriales del organismo.

Y  la conclusión decisiva para este escrito se condensa en las siguientes líneas:

En otras palabras, como sistemas autopoieticos moleculares, los sistemas vivos, y entre ellos nosotros, son sistemas estructuralmente determinados, y nada externo a ellos puede especificar o determimar qué cambios estructurales se experimentan en una interacción; un agente externo, por lo tanto, puede sólo provocar en un sistema vivo cambios estructurales determinantes en su estructura. Esta condición de determinismo estructural significa para nosotros seres humanos, que nada externo a nosotros puede determinar o especificar lo que pasa en nuestro interior, y que todo lo que sucede dentro de nosotros, sucede a cada instante determinado por nuestra dinámica estructural de ese instante.
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Por consiguiente la clausura sistémica se puede describir, si lo hacemos de una manera altamente formal, mediante una fenomenología de cinco facetas:

  1. La clausura sistémica saca a la luz el principio operante de la autonomía: por medio de la clausura sistémica se pone en evidencia la superación de la relación punto por punto con respecto al entorno. Los sistemas clausurados son una forma singular de organizar sus propios componentes. Esta forma sin­gular de organización exige una perspectiva de autonomía en el sentido de que el sistema requiere el establecimiento de una
    distancia con respecto al entorno. La autonomía de estos siste­mas significa que sóo desde su perspectiva se puede determinar lo que le es relevante y, sobre todo, lo que le es indiferente.
  2. Emergencia: con la designación de este concepto señala la irrupción de un nuevo orden, cuyas características no pueden ser inducidas directamente de órdenes contiguamente anteriores. Las características singulares surgen y pueden ser deducidas una vez que el orden nuevo de operación ya esta constituido. Por consiguiente se trata del surgimiento de un orden cualitativo, cuyas características no pueden ser deducidas a partir de las características materiales o energéticas sobre las que se sustenta el nuevo orden.
  3. Clausura de operación: los sistemas clausurados son redes cuya operación es cerrada y cuyos componentes son producidos al interior de un proceso recursivo que se lleva a cabo dentro de un retículo clausurado. Lo que esta "herméticamente cerrado" en el fenómeno de la clausura es el control mediante el cual los elementos que conforman la red se organizan de manera emergente.
  4. Autoconstrucción de estructuras: la clausura sistémica en su operación no puede importar estructuras. Tiene que crearlas. El concepto de autoconstrucción deberá entenderse en primer lugar como producción de estructuras propias, median­te operaciones propias.
  5. Autopoiesis: Estos sistemas clausurados son autopoiéticos. Autopoiesis significa, sobre todo, determinación del estado siguiente del sistema a partir de las estructuras inmediatamente anteriores a las que había llegado la operación.
Niklas Luhmann propone que una teoría constructivista del conocimiento debe tomar en serio esa fenomenología de cinco aspectos: autonomía, emergencia, clausura de operación, autoconstrucción de estructuras y autopoiesis, como lineamientos para acometer una epistemología que pueda ser la base del pensamiento sociológico.

Consecuencias para una teoría del conocimiento

I.  Conocer, entendido de manera extremadamente formal, significa emplear distinciones.

Por consiguiente: distinguir, diferenciar. Por mucho tiempo el pensamiento de occidente trató de evadir este sustrato elemental del conocimiento y lo logró mediante el uso de la metáfora.

El distinguir saca a la luz una estructura eminentemente tautológica (o paradójica) cuando se trata de observar la primera y mas elemental de las distinciones: para distinguirla se necesita emplear, a su vez, una distinción.

Las soluciones históricamente mas refinadas postularon al sujeto O al objeto, para evitar ese regreso ad infinitum para llegar a un último fundamento del conocer.

El constructivismo asume con radicalidad que no es posible evadir esa permanente recursividad del empleo de las distinciones. La ontología que se asume como último funda­mento del conocer es sólo una distinción a la que puede contraponérsele otra, por ejemplo, la de autonomía de la opera-ción/frente a un entorno.

II. El conocimiento es posible, no porque exista un último fundamento del empleo de las distinciones, sino porque es una operación clausurada.

Se trata, entonces, de un entramado recursivo de empleo de distinciones. Cuanto más se empleen distinciones, más se expanden los límites internos de esa clausura.

Se puede expresar también de esta otra manera: el conocimiento es posible en la medida en que produce y utiliza redundancia —redundancia entendida en el sentido de delimitaciones internas del sistema cognoscente, con la consecuencia de que una determinada observación hace que las siguientes observaciones se vuelvan probables/o improbables.

III. El paso decisivo hacia el "constructivismo" se lleva a efecto en la medida en que se admite la afirmación de que para todo aquello que haya que distinguir (y no sólo para lo negativo), no existe nada en el entorno que le corresponda.

Por consiguiente, la unidad de la distinción con cuya ayuda se llevará a cabo el conocimiento, esta constituida internamente en el sistema. Conocer no es ni hacer una copia, ni una representación, ni un retrato del mundo exterior. Conocer es la realización de una plusvalía/producto de una combinación que se logra llevada de la mano de las inferencias producidas por un sistema cerrado.

IV. Sólo este sistema que emplea distinciones en calidad de conocimiento, construye el tiempo. Por tanto, el tiempo sólo existe como una dimensión que se obtiene gracias al empleo de distinciones: el sistema construye el tiempo en relación a sí mismo. Las libertades de la construcción del conocimiento se erigen sobre una radical desimultaneización del mundo.

V. Porque el conocimiento no es sino el empleo recursivo de distinciones, ha surgido en la época moderna un modo de conocer que se designa como observación de segundo orden. Se trata del desarrollo y establecimiento de maneras de observa­ción que se obstinan en observar lo que otros no pueden observar. La crítica a las ideologías, el psicoanálisis y la sociología del conocimiento se sustentan en este empleo de distinciones que se legitiman a sí mismas, por el hecho de que toda distinción supone un "punto ciego".

VI. El conocimiento, entonces, no se lleva a cabo por un sujeto (ni siquiera entendido de forma trascendental), sino por el sistema omniabarcador de todos los conocimientos operativamente posibles: la sociedad.

Comunicación y lenguaje son los que posibilitan el empleo de distinciones, por tanto, el empleo del conocimiento. Todas las distinciones sujeto/objeto, subjetividad/objetividad, individuo/ sociedad, son distinciones que se hacen sólo posibles en la comunicación, en la sociedad

Arribemos a un resumen

  1. Conocer es una operación social autónoma, puesto que las distinciones no pueden establecer una relación punto por punto con respecto al entorno.
  2. Conocer es un orden emergente: no existe un continuum energético ni de realidad que puede ser enlazado al conocimien­to. El conocimiento construye la perspectiva con la que acomete la realidad (no el material).
  3. Clausura de operación: el conocimiento constituye una operación "herméticamente cerrada", si se entiende con preci­sión que lo cerrado está puesto en el orden del control de la emergencia de las distinciones.
  4. Las estructuras del conocimiento son expectativas autoconstruidas a partir de las mismas distinciones. Son condensaciones conceptuales que se desprenden del contexto concreto en el que nacieron, para poder ser aplicadas a otro contexto.
  5. Conocer es en último término una operación autopoiética, en el sentido de que todo conocimiento asegura su punto de arranque y cada paso subsecuente lo somete a un código binario que puede tener éxito o fracasar. Por lo tanto, conocer es el polo opuesto a la realización de un plan que se traza paso por paso.

¿Y el ser humano?

La opción (¡arbitraria!) en favor de una teoría de sistemas sustentada en la operación conduce necesariamente a ubicar al ser humano en el entorno del sistema sociedad. Esto destruye el formato de todas las teorías universales a las que estábamos acostumbrados y apunta hacia un diseño teórico que sirve de visión del mundo (cosmovisión). Donde antes estábamos acos­tumbrados a observar unidades discretas articuladas (la reali­dad social, los problemas concretos, los individuos), hoy, desde una perspectiva insólita, observamos una multiplicidad de operaciones que siguen la dinámica de su propia autopoiesis. Ahí donde veíamos una correlación articulada y un continuum del mundo en el que todo deberá quedar enlazado por procesos causales y teleológicos, hoy se esboza una comprensión de una complejidad mas alta. Autopoiesis significa un mundo en el que se expanden, simultáneamente, la causalidad y la autonomía las dependencias y las independencias; la necesidad de planeamiento y la evasividad del proceso evolutivo; mayor racionalidad y, al mismo tiempo, aumento de transracionalidad expresada bajo las designaciones (todavía incomprendidas) de afectividad, expresividad, espontaneidad, informalidad.

Y uno se pregunta después de todo esto, por qué se ven tan mal y por qué se rechaza tan fuertemente el emplazamiento del ser humano en el entorno del sistema llamado sociedad (y sobre todo: en el entorno de todos los otros sistemas sociales)... Si se analiza con precisión la tradición humanista, se descubre que está fincada en presupuestos que actualmente ya no son aceptables. En realidad el emplazamiento del hombre en el entorno del sistema no es tan ruin como se piensa. Yo al menos no me cambiaría. La angustia surge cuando se pregunta si con este concepto de teoría se va a impedir que la sociedad se haga más humana. Ahora bien, la teoría de sistemas no parte de ningún tipo de semántica social; en cambio, orientadas por figuras sustentadas en el hombre, se han cometido experiencias terribles, por lo que más bien habría que prevenir en contra de ello. Con frecuencia las representaciones sobre el hombre a lo único que han llevado es a agudizar las asimetrías de las referencias externas de los roles y a proyectarlas sobre la sociedad. Pensemos en la ideología racista, en la distinción elegidos/condenados, en la pres­cripción doctrinaria socialista, o en la ideología del Melting-Pot tan cercana al american way of life. No hay teorías que llamen la atención sobre la humillación a que ha dado pie este humanismo, o que prevengan sobre nuevos intentos. De igual manera el anonimato al que se somete al hombre con el tan traído "discurso ético" está cercado con la misma problemática; aparte de que dicho discurso esta sustentado en el terreno resbaladizo de la lingüística y sobre el derrumbe del sujeto trascendental con el único propósito de salvar un concepto normativo de racionalidad.

Lo que hace falta es un verdadero trabajo para pensar en una teoría adecuada sobre la sociedad. Desde, sus clásicos, la sociologia no ha omitido esfuerzos para cumplir con la tarea de disponer de una forma de sociedad según la imagen de la esencia del hombre —sobre lo cual las sociologías sensibles siguen hoy llamando la atención. El prejuicio humanista parece pertenecer a los obstáculos epistemoló-gicos, justo por estar tan naturalmente asegurado por la tradición, con la consecuencia de que bloquea el acceso a una descripción suficientemente compleja de la sociedad moderna —en la que nosotros estamos emplazados formando parte del entorno como co-ejecutores y como perjudicados.10

Notas

  1. En un ensayo extenso escrito para la Unesco, el Ing. Luis Vergara Anderson ofrece una visión panorámica de la teoría de sistemas y las ciencias sociales. Aquí cito sólo lo referente a la Sociedad para la Teoría General de Sistemas: "Parece ser que desde los últimos años de la década de los años treinta Ludwig von Bertalanffy concibió la posibilidad de una teoría general de los sistemas. La comunicación publica a la comunidad científica de esta concepción, sin embargo, no tuvo lugar hasta después de concluida la Segunda Guerra Mundial, siendo 1945 el año en el que fue publicado el primer artículo a ese respecto. En 1954, por una iniciativa conjunta de Von Bertalanffy (biólogo) y Anatol Rapoport (matemático), se fundó, bajo los auspicios de la American Association for the Advancement of Science, la Society for General Systems Theory, la cual al poco tiempo modificó su nombre para denominarse Society for General Systems Research y que recientemente lo ha vuelto a modificar otras dos veces, para transformarse, primero, en la International Society for General Systems Research y, finalmente, en la International Society for the Systems Sciences (ISSS)": Luis Vergara Anderson, "La Teoría de Sistemas y las Ciencias Sociales" en Ciencia, tecnología y desarrollo, Eduardo Martinez (comp.). Caracas, Venezuela, Nueva Sociedad, 1994, p.132.
  2. Janos Kornai, Anti-equilibrium-on Economic Systems Theory and the Tasks of Research, Amsterdam, 1971.
  3. Para una visión mas exhaustiva, véase Niklas Luhmann, Introducción a la teoría de sistemas. Lecciones publicadas por Javier Torres Nafarrate.Mexico, Anthropos/U. Iberoamericana/Iteso, 1996, Leccion 2.
  4. Thomas S. Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas,México, Fondo de Cultura Economica, 1971, p. 277.
  5. The Julian Press, Nueva York, 2- edition, 1977.
  6. Niklas Luhmann, Sistemas sociales. Lineamientos para una teoría
    general.
    México, Alianza/U. Iberoamericana, 1991, p. 17.
  7. Niklas Luhmann, Sistemas sociales, op. cit., p. 33, n. 19.
  8. Niklas Luhmann, Introducción a la teoría de sistemas, op. cit.,Leccion 14.
  9. Humberto Maturana Romesin, La realidad: ¿objetiva o construida?. I. Fundamentos biológicos de la realidad. Barcelona, Anthropos/U. Iberoame­ricana/Iteso, 1995, p. 49.
  10. Niklas Luhmann, "Die Tiicke des Subjekts und die Frage nach den Menschen", en Der Mensch das Medium der Gesellschaft?, Peter Fuchs/ Andreas Gobel (comps.). Francfort, Suhrkamp, 1994, pp. 55 y 56.

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