Se constata la sostenida preocupación por dotar de bibliotecas
a los planteles. No se observa, sin embargo, equivalente inquietud
por suministrar mapotecas renovadas. Las Ciencias Sociales suelen
enseñarse sin el saludable apoyo de las cartas. El Atlas
-amen de constituir un desembolso extra- no reemplaza el empleo
del mapa para ilustrar la lección. Cuando existen suelen
estar obsoletos. Aun es posible encontrar -por ejemplo-aquella
proyección en la cual se representa a nuestro país
quebrado en tres. También, otro de África «predescolonización».
En este, el Continente negro es un mosaico de factorías
de Europa. Aun más, los docentes no siempre experimentan
la necesidad de documentar su clase con ellos. Son claves, pues
facilitan la ubicación espacial del alumno. Menos común
todavía es el ánimo de generar como dependencia
de la asignatura, la mapoteca, que incluya globos, mapas, pianos,
brújulas, esquemas y otros instrumentos indispensables
para el aprendizaje.
Es persistente el uso de un planisferio -a veces ajado- en el
cual aparece Europa céntrica, el océano Pacifico
discontinuado y nuestro subcontinente marginal. Tal proyección
abulta de modo exagerado el hemisferio Norte. El hemisferio Sur,
en consecuencia, esta empequeñecido. Nótese que
Groenlandia compite, en superficie, con Suramérica. Además,
de la Antártica -en el mejor de los casos- aparece solo
el archipiélago de las Shetland del Sur. A veces, se omiten
hasta las islas de Diego Ramírez, que enseñamos
como la expresión más austral del Chile suramericano.
Con tal cartografía, los esfuerzos tendientes a generar
conciencia oceánica y antártica son estériles.
Por el contrario, el alumno -querámoslo o no -
internaliza una sensación de lejanía. Queda reforzada
la noción de habitar un área periférica del
planeta. Chile aparenta padecer marginalidad. Como correlato se
fortalece la idolatría por el Viejo Mundo (Fig. 1). El
sentirnos y creernos “el último rincón del
globo”, algo así como “punta de rieles”,
es antiguo. Ya Manuel de Salas combatió esa actitud que,
en cierto modo, vigoriza el “quiebre de motivación
de pertenencia” y el “efecto deslumbramiento”.
Ambos fenómenos -se sabe- son factores concomitantes
de la crisis de nuestra identidad. También, Tancredo Pinochet
Le Brun -hace un siglo- en su obra “La conquista de
Chile en el siglo XX” exhorta a suprimir la expresión
“Extremo Oriente” para referirse a Asia. Argumentaba
que, para un criollo, ese es Extremo Occidente, pues no contemplamos
el mundo desde Londres o París. Se trata de opiniones señeras
que incentivan a favorecer una renovación de la cartografía,
en particular, la de uso escolar.
Aquello de representar al Pacifico escindido es toxico porque
bloquea la plasmación de una conciencia oceánica.
Incluso el Chile polinésico -Rapa Nui- aparece omitido
o, en el mejor de los casos, «acercado» de modo artificioso.
Es mas, impide captar la importancia económica y geoestratégica
de la Cuenca.
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Así, no se advierte que Japón y China, Australia
y Nueva Zelanda, así como los jovenes Dragones -los NICs,
es decir, los News Industrial Countries- son fronterizos de Chile
y, por cierto, de Suramérica.
Ello, siempre que se conciba el mar, no como obstáculo,
sino como puente o -mejor aún- como una especie de carretera
líquida.
Entonces, enseñar que el pais posee por frontera el litoral,
constituye un error. Es una concepción «playera»
del limite occidental. Sin embargo, el rutinario uso del planisferio
cuestionado impide visualizar aquellos potentes polos de desarrollo
localizado en la «otra ribera». Los mencionados países
limitan con Chile por el Poniente, así como Argentina por
el Oriente. Advertirlo exige nacionalizar la cartografía
de aula.
Sintetizando, es imprescindible dotar de cartas a la asignatura
de Ciencias Sociales, concebida esta no sólo como de Historia,
sino también de Geografía amen de Sociología,
Economía y Derecho. Junto con ello, sensibilizar a los
colegas de la necesidad de emplearlas. Más todavía,
es conveniente generar una mapoteca. En este esfuerzo, debe apelarse
a la acción creadora de educadores y de educandos. En colaboración
con las asignaturas de Artes Plásticas y de Artes Manuales
se pueden diseñar mapas de cualquier tamaño, no
sólo aquellos que quedan restringidos al cuaderno, sino
de otros perdurables de tipo portátil y otros estampados
en las murallas al estilo de los frescos mexicanos. Lo expresado,
sin embargo, no basta si somos incompetentes para «adaptar»
la cartografía. Hasta ahora -por impericia, rutina o servidumbre-
solo hemos «adoptado» aquella usada en Europa. Se
insiste: es urgente una proyección en la cual se represente
a nuestra América céntrica y el Pacifico sin ruptura.
Además, es clave que aparezca la Antártica (Fig.
2).
Lo anotado implica superar la típica «jibarización»
del hemisferio Sur, en provecho de un engañoso gigantismo
del hemisferio Norte. No es menos importante promocionar la proyección
polar que pone a Chile y, por cierto al Cono Sur, en la condición
de vecinos de dos ámbitos de desarrollo emergentes: Sudáfrica
y la India. Estos son pasos indispensables para encontrar apoyo
en el aprendizaje de materias, tales como la tricontinentalidad
de Chile, la trascendencia de «ese mar que tranquilo te
baña», la soberanía sobre el casquete polar
y nuestra condición de partícula constitutiva del
Cono Sur. En efecto, el interés por conseguir la sensación
de vecindad con Oceanía, Asia y África -aquel «otro
horizonte» ya mencionado- pasa por internalizar una vocación
marinera en el aula.
Ella es anhelada para Chile y los chilenos, no sólo por
Manuel de Salas sino también por Salvador Reyes, Enrique
Bunster y Benjamín Subercaseaux.
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